jueves, 12 de enero de 2017

Nosotros, que aprendimos a vivir en el suelo y ya tenemos miedo a levantarnos, que miramos hacia arriba como peces intentando esconderse de los halcones y las águilas y eso que es más fácil estar aquí abajo que mantener el equilibrio allá arriba y siempre huirle al vértigo que produce esa altura.
Nosotros, que corremos y nos tiemblan los pies, que no podemos movernos, que esquivamos miradas de los que tan seguros nos observan y se ríen.
Que estamos hartos de esta mierda, y damos vuelta al reloj para adelantarnos las horas y la vida, que esta ruleta está dando vuelta tan lento que no sabemos que hacerle a las tuercas para avanzar este futuro, y ya no nos gustan los trampolines porque volar se convirtió en añorar tantas cosas y esperar, maldita palabra, esperamos tantas cosas y si me preguntan yo diría que esperando nos olvidamos de vivir y esperando no nos atrevemos a nadar contra la corriente porque seguramente aparecerá algo mejor antes que lleguemos a la punta de la cascada y nos arriesguemos a saltar.
Tal vez sea hora de quitarle las plumas al miedo y desnudarlo tanto que se avergüence de lo que es.
Tal vez sea hora de que nosotros, los perdidos, nos demos un abrazo tan fuerte que ya nadie se atreva a querer quitarnos las ganas.
Tal vez sea hora de mirarnos bien adentro y empezar a ver hacia arriba con ojos de niño, que la realidad es una puta barata a la que hay que ver en cada esquina, porque no podemos taparnos los ojos e intentar omitirla.
Y sí, tal vez sea hora de ponerle colores a las personas y vestirnos de mimos felices intentando romper con la tristeza que se esconde tras ese maquillaje.
Me pregunto si tal vez sea hora de ser feliz.